martes, 21 de septiembre de 2010

¿Nos animamos?

La tarea de la filosofía según Nietzsche: «Perjudicar a la necedad».
La Gaya Ciencia, parágrafo 328
 
¿Hay puntos de contacto entre Voltaire y Nietzsche?

viernes, 17 de septiembre de 2010

Sobre Lyotard: la condición del saber en la sociedad posmoderna

Esta semana nos dedicamos a pensar el valor del conocimiento a lo largo de la historia. Lyotard nos dice que en las sociedades post-modernas el saber ha sufrido una transformación de su naturaleza. Nos habla de "exteriorización" del saber con respecto al "sapiente", ajenidad que permite manipular conocimientos en términos de "cantidades de información". Esto porque el saber ha adquirido un valor de cambio, ha devenido "mercancía" ¿qué significa esto? ¿cuál es el criterio de verdad que prima? ¿qué diferencias encuentran con el valor del conocimiento de otros momentos de nuestra historia? ¿cuáles son los desafíos de estas  "sociedades de la información"? ¿están de acuerdo?

A pensar!!!!

Felicidad: ¿ignorancia o saber?: A propósito de nuestra clase de ayer... un cuento de Voltaire

Ayer en clase alguien (que espero que hable por este Blog) preguntó qué es preferible, ¿"ser feliz gracias a la ignorancia" o "saber mucho pero con el precio de ser infeliz"?

Leamos esta historia de Voltaire y ... escucho sus reflexiones!!!

Historia de un buen Brahmín (Voltaire, en: Novelas y cuentos; Planeta, Barcelona)

En el curso de mis viajes tropecé con un viejo brahmín, hombre de muy buen juicio, lleno de ingenio y muy sabio; ade¬más, era rico, y por lo tanto su juicio era aún mejor, pues al no carecer de nada no tenía necesidad de engañar a nadie. Su familia estaba muy bien gobernada por tres hermosas mujeres que se esforzaban por complacerlo; y cuando no se distraía con sus mujeres, se ocupaba en filosofar.
Cerca de su casa, que era bella, bien adornada y rodeada de jardines encantadores, vivía una vieja india, beata, imbé¬cil y bastante pobre.

Cierto día el brahmín me dijo:
—Quisiera no haber nacido.

Le pregunté por qué. Él me respondió:
—Hace cuarenta años que estudio, y son cuarenta años per¬didos; enseño a los demás y yo lo ignoro todo: esta situación hace que mi alma se sienta tan humillada y asqueada que la vida me resulta insoportable. He nacido, vivo en el tiempo y no sé lo que es el tiempo; me encuentro en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios*, y no tengo ni la me¬nor idea de la eternidad. Estoy compuesto de materia; pien¬so, y jamás he podido llegar a saber lo que produce el pensa¬mien¬to; ignoro si mi entendimiento es en mí una simple facul¬tad, como la de andar o la de digerir, y si pienso con mi ca¬beza como cojo las cosas con mis manos. No solamente me es descono¬cido el principio de mi pensamiento, sino que incluso el prin¬cipio de mis movimientos me es igualmente ignorado: no sé por qué existo. Sin embargo, todos los días me hacen pre¬guntas acerca de todos esos puntos; y hay que responderlas; no tengo nada interesante que decir; hablo mucho, y después de haber hablado me quedo confuso y avergonzado de mí mismo.
Lo peor es cuando me preguntan si Brahma fue producido por Visnú o si los dos son eternos. Dios es testigo de que no sé ni una palabra de todo eso, y bien que se ve por mis res¬puestas. "¡Ah, reverendo padre! (me dicen), explicadnos cómo el mal inunda toda la tierra." Mi ignorancia es igual a la de los que formulan esta pregunta; a veces les digo que en el mundo todo va del mejor modo posible; pero los que se han arruinado o han sido mutilados en la guerra no me creen, y yo tampoco me lo creo; me retiro a mi casa abrumado por mi curio¬sidad y mi ignorancia. Leo nuestros antiguos libros y ellos espesan todavía más mis tinieblas. Hablo con mis compañeros: los unos me responden que hay que gozar de la vida y burlarse de los hombres; los otros creen saber algo y se pierden en ideas extravagantes; todo aumenta el sentimiento doloroso que experimento. A veces estoy a punto de caer en la desesperación cuando pienso que, después de tanto estudiar, no sé ni de dón¬de vengo, ni lo que soy, ni adónde iré, ni lo que será de mí.
El estado de este buen hombre me causó verdadera pena: nadie era más razonable ni más sincero que él. Comprendí que cuantos más conocimientos tenía en su cabeza y más sensibili¬dad en su corazón, más desgraciado era.
Aquel mismo día vi a la vieja que vivía cerca de su casa; le pregunté si alguna vez se había sentido afligida por no saber cómo estaba hecha su alma. Ella ni siquiera comprendió mi pregunta: en toda su vida nunca había reflexionado ni un momento acerca de una sola de las cuestiones que torturaban al brahmín; creía con toda su alma en las metamorfosis de Visnú, y con tal de poder tener de vez en cuando agua del Ganges para lavarse, se consideraba la más feliz de las mujeres.

Impresionado por la dicha de aquella pobre mujer, volví a visitar a mi filósofo y le dije:

—¿No os avergüenza ser desgraciado cuando a vuestra puer¬ta hay una vieja autómata que no piensa en nada y que vive contenta?
—Tenéis razón —me respondió—; cien veces me tengo dicho que yo sería feliz si fuese tan necio como mi vecina, y sin embargo no quisiera semejante felicidad.

Esta respuesta de mi brahmín me produjo mayor impresión que todo lo demás; me examiné a mí mismo y vi que en efecto no quisiera ser feliz a condición de ser imbécil.

Propuse el dilema a unos filósofos, que fueron de mi mis¬ma opinión.

—Y no obstante —decía yo—, hay una escandalosa contradic¬ción en esta manera de pensar; porque, al fin y al cabo, ¿de qué se trata?. De ser feliz. ¿Qué importa tener talento o ser necio? Todavía hay más: los que están satisfechos de cómo son, están muy seguros de estar satisfechos; los que razonan, no están tan seguros de razonar bien. Está, pues, bien claro -decía yo- que habría que aspirar a no tener sentido común, por poco que este sentido común contribuya a nuestra infelicidad.
Todo el mundo fue de mi parecer, y sin embargo no encon¬tré a nadie que quisiera aceptar el trato de convertirse en imbécil para vivir contento. De lo cual deduje que, aunque apreciamos mucho la felicidad, aún apreciamos más la razón.
Pero, después de haber reflexionado sobre el asunto, me parece que preferir la razón a la felicidad es ser muy insen¬sato. ¿Cómo, pues, puede explicarse esta contradicción? Como todas las demás. Hay aquí materia para hablar muchísimo.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Dialogamos con la tradición desde textos contemporáneos

¿Qué es el conocimiento? ¿Cómo se lo valora y cómo se lo ha valorado a lo largo de la historia? ¿Cuál es la relación y cuáles las diferencias entre conocimiento, opinión y sabiduría?¿Qué es la verdad? Estas fueron algunas de nuestras preguntas en  las clases de esta semana: ¿qué reflexionaron a partir de lo que compartimos?
Marcela y Paula

viernes, 3 de septiembre de 2010

Desde Nietzsche...

Les propongo que compartan en el blog breves frases del autor que les hayan provocado preguntas o reflexiones en relación con el conocimiento, la verdad, las palabras,...

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Nuestros textos... pre-textos para pensar!

Federico Nietzsche. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral
Aqui adjunto link del texto...
http://www.nietzscheana.com.ar/textos/sobre_verdad_y_mentita_en_sentido_extramoral.htm

Nuestros textos... pre-textos para pensar!

Arturo Roig . "Cuento del cuento" (Conferencia, Mendoza1995)


“Para captar cual es la naturaleza y la función de la narrativa – y en particular dentro de ella del cuento popular – es necesario comenzar planteándonos la diferencia que hay entre ‘realidad’ y ‘objetividad’.
Debemos decir a propósito de esto que la primera es algo que de por sí nos excede en todo momento y que de ella tan sólo tenemos desde un punto de vista cognoscitivo, tan sólo una aproximación. El difícil camino de la ciencia nos muestra que la ‘realidad’, en verdad, siempre se nos escapa y se nos escapará aun cuando nuestra aventura de conocimiento esté jalonada de éxitos.
Sin embargo hablamos de la ‘realidad’ sin que nuestro margen de ignorancia nos atemorice y hasta en algunos casos nos hacemos la ilusión de haberla captado.
Pues bien, esos aspectos, esos escorzos, esos cuadros, esos sistemas, esos esquemas, esa teoría mediante los cuales nos hacemos la ilusión de tener una imagen de la ‘realidad’, es lo que se denomina ‘objetividad’.
Y así, mientras que la ‘realidad’ no la construimos y si lo hacemos lo es tan sólo en parte, la ‘objetividad’ es sin más una construcción. La realidad es lo dado, el mundo, los universos, lo que ustedes quieran; la objetividad es un ‘constructo’ que para nosotros vale en cuanto realidad, aun cuando la realidad se nos escape.
Es sin embargo pretensión de la ‘objetividad’ ser una especie de reproducción de la ‘realidad’ a tal extremo que para una actitud ingenua la primera sería un calco de la segunda.
Esto es lo que Jorge Luis Borges nos dice cuando se le ocurrió aquella genial historia del emperador chino que quiso un mapa de la China que fuese exactamente la China. La utopía de la coincidencia plena y perfecta de la objetividad con la realidad se cumplió. ‘...En aquel Imperio, el Arte, la Cartografía, logró tal perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una ciudad; y el Mapa del Imperio, toda una provincia. Con el tiempo estos mapas desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él’.
¿Pero qué sucedió? Pues que el sueño se desvaneció, la ilusión se destruyó a sí misma o fue destruida por los menos ilusos. Lo que se creyó que era una plena coincidencia entre la ‘realidad’ (la China) y la ‘objetividad’ (el mapa de que se puede hacer de la China) no fue sino un manto ‘inútil’, o por lo menos, una objetividad provisoria como toda objetividad. Y de la objetividad antigua, de las ideas del mundo anteriores, tan sólo quedaron reliquias.
‘Menos adictas al estudio de la Cartografía, las Generaciones siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y de los inviernos. En los Desiertos del oeste perduran – concluye Borges – despedazadas Ruinas y Mapas, habitadas por animales y mendigos: en todo el país no hay otra reliquia que la Disciplina Geográfica’. [J.L. Borges, Historia Universal de la Infamia. Buenos Aires, EMECE,1954, p.131/132].
Cabe que nos preguntemos por qué el mapa fue ‘inútil’. Pues simplemente porque aun cuando coincidiera con la totalidad geográfica, aun cuando recubriera a toda la región, el mapa no era la región. ¿Y qué era o qué es en esta metáfora ingeniosa del mapa? Pues un lenguaje o mejor aun, el lenguaje con el que construimos la objetividad, con el que construimos los conocimientos de todas las cosas que conocemos o creemos conocer.
Y si ese ‘mapa’, o mejor aun ese lenguaje, fue inútil ¿qué debemos hacer? ¿deberíamos renunciar al lenguaje, a la objetividad y quedarnos con la realidad sin más?. Pues desde ya debemos decir que eso es absolutamente imposible. Para nosotros solamente existe la realidad en cuanto mediada por el lenguaje, la realidad no es pues la realidad, sino nuestra realidad, o si ustedes prefieren, nuestra aproximación a la realidad, la que como sabemos será siempre asintótica.
La cuestión se complica un poco más si pensamos que desde tiempos muy lejanos se comenzó a distinguir formas de realidad y modos diferentes de construcción de la objetividad.
En efecto, una cosa era para los antiguos la ‘física’ y otra la ‘ciudad’. La primera se ocupaba, por ejemplo, de los astros, pero la segunda lo hacía respecto de los seres humanos. Por cierto que más de una vez los grandes constructores de sistemas intentaron que sus mapas mentales, sus lenguajes, coincidieran con el territorio, confundiendo mundo objetivo con mundo real, e ignorando aquel fenómeno de mediación del que hablamos. El tiempo se ocupó de convertir en ruinas sus mapas.
Ahora bien esa pretensión o esa exigencia ha adquirido, y adquiere, una particular fuerza cuando se trata de las cosas humanas. Porque también respecto de los seres humanos construimos mapas y lenguaje y creemos haber dado, a través de ellos, con la realidad. Y pretendemos que los demás encajen en los estereotipos, como si todo estereotipo nos entregara la humanidad misma. Y hay casos en que esos constructos han perdurado miles de años, estableciendo mediaciones desde las que se han sostenido relaciones humanas injustas y arbitrarias.
Los lenguajes nos recubren absolutamente y es en ellos, y a través de ellos que nos identificamos y que nos identifican, que nos asignan un lugar en la sociedad, una tarea, una función. Y todo eso nos lo cuentan y la sabemos aun cuando percibamos la cuota de constructividad de los mapas que nos recubren por entero.
Nada más oportuno que releer las palabras de otro poeta, León Felipe, el que nos dice:
‘Yo no sé muchas cosas, en verdad,
digo tan sólo lo que he visto.
Yo he visto la cuna del hombre
la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre
los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre
lo taponan con cuentos
y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos
y sé todos los cuentos ...’
Ahora bien, si el lenguaje lo cubre todo (si hemos sido mecidos, ahogados, taponados, y adormecidos con ‘cuentos’ ya todos ‘los sabemos’) es porque somos construidos, o mejor, nos construimos con esa madera narrativa de la cual los cuentos infantiles no son más que una de sus diversísimas manifestaciones.
Somos seres mediados y en tal sentido somos ‘puro cuento’, pura mediación. En unos casos para justificar las relaciones de superioridad, de poder y hasta de explotación; en otros, para levantarnos desde el cuento y mediante el poder del cuento, en actitudes de emergencia y de liberación.
Justamente en el sentido de las formas injustas de mediación, la antropóloga colombiana Milagros Palma ha dicho que la ‘mujer es puro cuento’. Sí que lo es, pero también los es el varón. Las relaciones humanas se montan sobre la base de autoimágenes y heteroimágenes. El cuento popular colombiano nos narra lo que la mujer es dentro de una determinada sociedad, cómo ha sido construida, de qué modo ella ha sido mecida, ahogada, taponada y adormecida. De qué manera es dormida y sometida. [Milagros Palma, La mujer es puro cuento. Simbólica mítico-religiosa de la femeneidad aborigen y mestiza. Quito, Abya Yala, 1991].
Y así como hay una literatura ‘feminizadora’ de la mujer que señala y justifica su inferioridad como ser humano, hay también una literatura ‘infantilizadora’ del niño que lo somete, tal como lo ha dicho José María Carandell, una verdadera ‘colonización’.
Se les impide el ingreso al ‘mundo global’ a la mujer y al niño, se los ata en un rincón, bajo el pretexto de la feminidad absoluta de la primera y de la infantilidad radical del segundo. Las imágenes de los personajes de Juan Jacobo Rousseau, Emilio y Sofía, llenan no sólo la novela, sino que desde el siglo XVIII, satura la literatura de lo que aquí, de modo tan amplio, como restrictivo, llamamos cuento. Por cierto que respecto de la mujer ese fenómeno no viene del Ginebrino, pues ya sabemos sus raíces milenarias.
Pero ocupémonos, ya para concluir, del niño y de los cuentos que les cuentan a los niños. ¿Vamos a continuar aherrojando al niño – así como se hizo con la mujer y su feminidad – dentro de una ‘subcultura infantil’ controlada y dirigida en función de una sociedad que les niega el acceso a lo humanos? La ‘sub-cultura infantil’ ¿no está acaso en manos de un mundo en que todo lleva la mancha de la mercancía? ¿Los cuentos, las leyendas y las tradiciones, serán reformulados desde la construcción de la objetividad social en la que rige determinada moralidad destinada a frenar formas de emergencia social?
Carandell, a quien ya hemos citado, ha observado el papel de tutela ideológica que juega una literatura femenina y una literatura infantil programadas. De qué manera lo que a los niños – en el caso de la narrativa – les llega del Quijote es una caricatura destinada a reforzar relaciones de control. Y de qué manera es necesario que así como exigimos la construcción de un nuevo mundo para la mujer, también tomemos conciencia de la construcción de un nuevo mundo para los niños. [José María Carandell, Protagonista: el niño. Estudio preliminar a la novela de Edgar Allan Poe Las aventuras de Arturo Gordom Pym, Barcelona, Orbis, 1986, p. 11-37].
Y los cuentos – en la medida en que siempre estaremos mediados por ellos – ya no serán para mecernos y taponarnos.